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Autores y temas en danza

martes, 30 de octubre de 2007

Desolado

por Gustavo Camacho
http://necesaria.blogspot.com/2007/10/desolado.html


Como un libro mojado
en los maderos de un banco mojado
de una plaza desarbolada y recién llovida.

Como la voz agitada
en el auricular de un teléfono público
al que alguien llamó demandando atención.

Como la pluma de paloma
en la alcantarilla de una boca de tormenta
a la que un taxi empuja con su turba hacia el vacío.

Como el carromato de circo
que quedó abandonado en un baldío
después de siete funciones en la ilusión de un niño.

Como el borracho dormido
en el portal de una tienda de frazadas
borracho por la condición de dormirse en alguna parte.

Como el sol de la mañana
que alumbra generoso la piel de una anciana
que ya no despertó abandonándose en su cama.

Si así me sintiera ésta noche
estaría desolado como el cielo ennegrecido
al que la luna ausente abandonó sin despedidas.

lunes, 29 de octubre de 2007

Mi última cita (6)

por El Libanés

6 – La chica de los colores
Llegué media hora antes, perfumado y bien vestido, con mi gorrito marrón, como si viviese en Toronto. Y nevara. Y Selene fuese una de esas mujeres grandotas, de caderas generosas. El gorrito hace a la imagen del escritor. Todos los “jóvenes escritores” tienen su gorrito de lana; el mío, además de protegerme la pelada, es de lo más pintoresco. Salí a caminar por Toronto. Por Toronto no, por Recoleta, y llegué media hora antes a la cita. Las manos me transpiraban y el frío se burlaba de mi gorrito marrón. Entonces pensé que lo mejor era dar una vuelta y de paso buscar algún bar agradable donde llevar a Selene. Recoleta es un fiasco. Ningún bar que valga la pena. Mucho glamour, mucha chica ofreciendo entrar a lugares que retumban de música chill out.
A las nueve en punto, otra vez frente a la vidriera de la librería Cúspide, llamé al celular de Selene. “Hola, ¿dónde estás?”. “En la esquina del Mac Donalds –dijo- soy la chica que lleva un montón de colores”. Por un instante imaginé un payaso gigante, una mujer desnuda debajo de un traje de payaso. Pero enseguida apareció Selene con su pantalón verde, su pullover rojo, su blusa amarilla y sus zapatos negros. Lo primero que hubiese dicho cualquiera de mis amigas: “se viste mal”. Lo primero que hubiese dicho cualquiera de mis amigos: “no es linda, andate”. Pero el escritor me guiñó el ojo desde la vidriera, detrás de los dos chanchos que cogen en el pastito, y me dijo “un intercambio cultural no se le niega a nadie”. Aunque discutible, la idea del escritor terminó por imponerse, y la sonrisa de Selene me calmó. Ni linda ni fea, una boca atractiva, ojos marrones, azucarados; aunque debajo de tanta ropa de tan variados colores y estilos no se podía distinguir ni una sola forma femenina. ¿Podría estar con una mujer así? Un beso en la mejilla. Simpatía, buena onda, aunque algo distante. ¿Qué habrá pensado ella de mí en ese momento? ¿Le habré parecido atractivo?
Empezamos a caminar sin rumbo, por la calle que bordea el Cementerio, hacia Pueyrredón. La incomodidad de dos cuerpos no demasiado cerca ni tampoco demasiado lejos. “No esperes que elija ningún lugar”, dijo Selene sin sonreír. Y no dijo más nada. La simpatía telefónica había sido estrangulada por la tensión del momento. Es sólo tensión, cierto nerviosismo. Y entonces se me ocurrió ir a un restaurante chino atendido por la mujer más adorable del planeta. Un nombre con muchas “u”: Uilun, o algo así. “Podemos ir a Los Cinco Corderos, hacen un pollo frito al limón que es una obra de arte”. “No como frito, pero me parece bien”, dijo y sonrió. Había encontrado el lugar para Selene, el lugar donde Selene y yo nos sentiríamos cómodos y podríamos relajarnos hasta el punto la perfecta comunión. Siempre y cuando encontráramos verduras al vapor, porque ella tampoco comía carne ni pollo ni pescado. Cuando me preguntó con quién había ido a ese restaurante, dije “con amigos”, aunque debería haber dicho “con mi ex novia”. Pero claro, el escritor ya había hecho el duelo de las palabras con su ex, dedicándole una o más historias, y yo, animalito de análisis, había hecho, o al menos eso creía, el duelo espiritual con la mía. Pero cuando las personas parecen haberse ido, siempre nos esperan los fantasmas.

El amor a las lecturas under: anímate a más: Los Mudos el miércoles y Tamarisco's night el viernes

(por Linne)

*Leonardo Longhi
*Damián Terrasa
adelanta La Marca del MilagroEditorial Tamariscos
*Alejandro Parisi
*Marina Mariasch
*Federico Levín

se calzan los guantes para bajarte la mandíbula a gomazos y por si fuera poco canta otra vez

acompañado de nuestro guitarrista
Facundo Vaughan Palazzolo
ex - estrella de la vernácula más merquera
Matías el sonidista Mudo
un hombre de pocas palabras
miércoles 31 de octubre22 hs
puntual porque son varios cuentos
El Conventillo de Teodoro
Jotade Perón 3615
esquina Mario Bravo
(conduce Funes, la morocha)

Y:

VIERNES 2 DE NOVIEMBRE
PRESENTACIÓN OFICIAL
NOVELA Y SIMPLES 20HS
LA RATONERA (CORRIENTES 5552)
LA MARCA DEL MILAGRO, DAMIÁN TERRASA+EL DíA QUE PERLA VOLÓ, CELIA DOSIO + EL PELO DE LA VIRGEN, FEDERICO FALCO + OXIDADO, LEO OYOLA


domingo, 28 de octubre de 2007

Una anécdota de París

por Juan Terranova

Buenas noches, me pidieron que trajera una historia de sexo o amor y la verdad es que no tengo una historia para hoy, para ahora. Así que pido disculpas. Tengo sí una anécdota. Espero que les guste porque a mí me trae muy buenos recuerdos. Lo que les voy a contar pasó hace mucho, unos veinte años. Yo había tenido un período de abstinencia muy grande. Había estado en Alemania cuatro meses y había tenido sexo una sola vez. Una sola vez en cuatro meses. Así que cuando llegué a París, entre muchas otras necesidades, una era conocer chicas. No se cómo funciona la abstinencia en ustedes, pero creo que funciona de la misma manera en todo el mundo. Conocí una italiana. Vimos unas treinta películas juntos. Una película muda, un estreno, un documental a las tres de la tarde de un sábado nublado, una película de Pasolini. En la oscuridad, la sentía respirar y se me aceleraba el corazón. Cada tanto, pero muy cada tanto, me entretenía con lo que pasaba en la pantalla. Fueron dos meses de vernos. Yo a veces pensaba que podía ser, que ella me iba a aceptar y otras que no, que me iba a rechazar. Y ella hablaba muy bien el francés y obviamente muy bien el italiano. Y yo le pedía que me hablara y ella me hablaba. Finalmente una noche muy fría, tomamos en el Boulevard Montmartre un taxi muy caro que nos dejó en Montparnasse donde ella vivía y en la puerta me preguntó si quería subir. Me acuerdo que había un árabe borracho en la escalera. Ella vivía en un departamento de dos ambientes. Tomamos una taza de café y entonces le hablé en español, le conté todo, la abstinencia, la única que vez que tuve sexo en Alemania, las horribles masturbaciones con la televisión de fondo. Los dos estábamos muy nerviosos. Y ella me dijo: "No te entiendo nada" pero me besó y entonces me dijo en italiano, en un italiano muy claro, que estaba nerviosa porque hacía meses que no tenía relaciones sexuales. Fue el shing y el shang, esa noche, en París. Gracias.

lunes, 22 de octubre de 2007

Presentación Buenos Aires Escala 1:1

Editorial Entropía y FUNCEB invitan a
Buenos Aires
escala 1:1
en la FUNCEB
Jueves 25 de octubre / 19hs/ FUNCEB/ Esmeralda 969.

Leen Marina Mariasch, Iosi Havilio y Félix Bruzzone.

En su doble compromiso con el territorio y la narrativa, los relatos que integran Buenos Aires/ Escala 1:1 proponen la yuxtaposición de dos cartografías complementarias: aquella que busca representar un espacio y aquella que deriva en la invención de una literatura. El plano formal ofrece un recorrido geográfico por las calles de Buenos Aires, una travesía por sus barrios; o, si se prefiere, un dispositivo textual para reconfigurar el modo de interpretar una ciudad.
Cuentos, apuntes, diarios personales:
breves ficciones que dan cuenta –de forma explícita, oblicua o incluso decididamente abstracta– de ciertas particularidades urbanas, demográficas e idiosincrásicas.
De manera simultánea, Buenos Aires/ Escala 1:1 va trazando una suerte de catastro de la narrativa argentina actual. Aunque es posible encontrar tradiciones, confluencias y discordancias en las piezas reunidas en esta antología, tanto en los estilos como en los abordajes, todos sus autores tienen –al menos– una similitud: nacieron después de 1968 y forman parte de una generación que ha comenzado a intervenir prolíficamente en el presente de las letras locales. Los mapas que resultan de estos relevamientos son, por supuesto, insuficientes. Felizmente, también son exhaustivos y reveladores.
Federico Levin / Lucas Funes Oliveira / Washington Cucurto / Marina Mariasch / Oliverio Coelho / Violeta Gorodischer / Leonardo Longhi / Ignacio Molina / Cecilia Pavón / Alejandro Parisi / Leonardo Oyola / Iosi Havilio / Sebastián Martínez Daniell / Natalia Moret / Nicolás Mavrakis / Romina Paula / Mariano Pensotti / Félix Bruzzone / Joaquín Linne / Diego Grillo Trubba / Ricardo Romero / Sonia Budassi / Hernán Vanoli / Juan Incardona / Maximiliano Tomas

viernes, 19 de octubre de 2007

Mi última cita (5)

por el Libanés

5 – El color de su voz
Frente a la heladería que queda sobre Rivadavia, en la cuadra de los cines viejos de Acoyte, al ver una bandeja de vidrio llena de pistacho recordé que de chico ese gusto, y no la crema del cielo (que siempre me pareció demasiado artificial), era una de mis excentricidades nacida de mi avidez por conocer cosas nuevas; me acuerdo que siempre íbamos con mi familia a un restaurante chino en Parque Centenario, y mientras todos pedían el típico chaw fan, los arrolladitos primavera y el pollo con almendras, yo me le animaba a un plato llamado “la hormiga sube al árbol”. Picante, para valientes (eso decía mi madre). Y en eso pensé esa mañana frente a la heladería (no en mi madre, o sí: “la mujer mi madre la novia la puta”) mientras las hormigas trepaban y trepidaban en el ring del celular de Selene. Uno, dos, tres… cuatro llamados… ¿Cómo sería su voz? ¿Verde y fresca como el pistacho, o roja y picante como aquel plato chino? ¿Qué iba a decirle cuando ella contestara? ¿Ella estaba esperando mi llamado? “Valiente, valiente”, le dice a Otto su hermanastra Ana antes de encontrarse a escondidas por la noche en la habitación de ella para hacer el amor: “Los amantes del círculo polar”, Medem-amuleto que llevo siempre conmigo. “Valiente”, me dije en voz baja y una voz celestial, más de crema del cielo que de pistacho, atendió con la juventud y la ¿frescura? de las chicas que se muestran semi desnudas en sus fotologs.
“¿Selene?” “No, ella ahora no puede atenderte –dijo la voz como si Selene se estuviera depilando, y después preguntó- ¿quién habla?”. ¿Quién hablaba? No un amigo, tampoco un amante, ¿un futuro amante? ¿novio? ¿marido? ¿amigovio?, tampoco un admirador, ni un escritor famoso, ni un corrector miserable, ni un chico bonito, ni una sonrisa adorable, ni el Capo Cómico, ni su tan esperado Príncipe Azul… Sólo dije: “El libanés”, y Crema del Cielo dijo: “cuando se desocupe te llama ¿dale?”. “Dale, me parece bien”, dijo por mí la seguridad de hombre grande que vive solo en su departamento con luces tenues y cama de dos plazas. “Dale”, mi voz de ron suavizada con miel. Seguro, seductor. Pero ¿quién había atendido? ¿Por qué el celular de Selene era atendido por Crema del Cielo y no por Selene Pistacho Verde Buenas Tetas, mi mejor noticia de aquel sábado soleado de buenas noticias?
Estaba en la librería de un amigo, la del shopping, chequeando que “el libro chancho” estuviese bien expuesto, cuando sonó mi celular: número privado. Cuando atendí la voz de Selene fue una cascada de agua dulce en plena planta baja del shopping Caballito. Enseguida, como si fuésemos viejos y buenos amigos, ella dijo: “si te cuento por qué no pude atenderte te vas a morir de risa… estaba manejando el auto de mi familia y de repente sonó mi cartera y entonces le dije a mi hermana que atendiese por mí”. Crema del Cielo. No me morí de la risa pero al menos sirvió para que el resto de la conversación fuese relajada, amable y decidida. “Quiero creer que no chocaste por mi culpa ¿no?”. Y ella se rió: “no, por suerte soy una buena conductora”. “¿Tenés algún plan para hoy a la noche?”. Y ella, toda una dama sin rodeos, dijo “no”. “Entonces podríamos vernos hoy ¿qué decís? ¿qué te parece a las nueve en el Village de la Recoleta”. Y ella ahora se reía de mí: “hummm, Recoleta”, imitando la forma de hablar de los chetos. “¿Sonó muy cheto?”. “Sí, un poco, pero estás perdonado, quedamos ahí, entonces”. “Esperá, tengo una pregunta, Selene, ¿cómo vamos a reconocernos?”. Y entonces ella, su voz verde de agua cristalina, dijo algo que terminó por encantarme; podría haber dicho “que sea lo que quiera el destino” o “seguro nos vemos y nos reconocemos, el amor es así”. Pero sólo dijo: “no tengo ni idea”, muy natural, Selene. Y yo dije: “hablamos por celular cuando estemos ahí ¿dale?”.

jueves, 18 de octubre de 2007

Palermo y los límites del amor

por Diego Grillo Trubba

A veces pasa. Conocés a alguien, creés que va a ser el amor de tu vida, y después aparecen los problemas. Los problemas son así, loco: aparecen. Tarde o temprano, pero aparecen. Y el amor es así: al principio te creés que da para todo, y después no. Ponele Lucía, lo que me pasó con Lucía. Cuando nos conocimos parecía que éramos el uno para el otro, estábamos reflasheados, pero después… Pero antes del después estuvo cómo nos conocimos: en un taller literario, en Palermo. Los dos recién empezábamos a escribir, nos creíamos Gardel y Lepera, y el profesor nos trataba de bajar los humos. A ella le gustaba, lo que yo leía. Tenías que verle los ojos, cuando yo leía. Porque yo la miraba de refilón: leía lo que había llevado a clase, unos cuentos que hoy me dan vergüenza, por lo que le afanaba a Cortázar, con ese tono lúgubre, con ese manejo de lo tenebroso, y la adivinaba embobada, y después cuando llegaba la hora de los comentarios se la pasaba elogiándome. Y ojo: yo con ella era igual. Qué digo igual: más embobado, estaba. Aunque, si tengo que serte sincero, no sé si me gustaba tanto lo que escribía, sino cómo lo leía, como se le reflejaban las hojas blancas en sus anteojos redondos, culo de botella, que le quedaban divinos. Era miope, casi ciega te diría. Y cómo pronunciaba las palabras: parecía que estaba arriba de una tarima, que se elevaba en el aire, cuando leía. Me acuerdo que una vez uno de esos giles que nunca faltan le empezó a criticar el cuento, que ni me acuerdo de qué trataba. Yo la defendí, más vale, empecé por defender el cuento, después empecé a criticarlo a él por los comentarios mala leche que hacía, y al final la elogié a ella como escritora, como que rescataba todos sus cuentos. No sé, en una de esas se me fue la mano, porque en un momento el profesor me mira con ojos compinches y me sonríe, como para que afloje. Aflojé, claro. Pero esa clase, mientras salíamos y caminábamos por Honduras rumbo a la Juan B. Justo, nos separamos del resto. Me dijo gracias, y una cosa llevó a la otra. Caminamos hasta la placita Cortázar, entramos en Crónico a tomar algo, a la media hora ya nos habíamos besado y terminamos en un telo de Paraguay y Oro. Y te decía: al principio estábamos embobados, todo lo que decía el otro nos parecía genial, cada palabra era una verdad revelada, cada sonrisa nos derretía, qué se yo… Encima, teníamos bastante buen sexo. No te digo el mejor que tuve en mi vida, pero seguro que lo ubico en mi top five. Nos encontrábamos antes de ir al taller, cuando los dos ya habíamos salido de nuestros laburos, pasábamos por un telo y después nos mirábamos con complicidad. Para mí que el profesor se dio cuenta, aunque no decía nada. Pero tenías que ver cómo me miraba ella cuando yo opinaba de sus escritos… Te juro: parecía un mundo perfecto. Es más: creo que este mundo, parece perfecto al principio. Cualquier mundo, parece perfecto al principio. Después le ves las marcas, los errores. Ni me acuerdo, por qué fue que discutimos la primera vez. Sí me acuerdo que fue en Plaza Francia. En un momento estábamos meta franela en el pasto, en otro momento estábamos meta quejarnos. Y cuando hay una primera discusión es porque después hay otras. Y cuando hay otras empiezan a aparecer nuevos argumentos. Y en algún punto se te va la mano, decís algo que nunca deberías haber pronunciado. Eso sí, que me lo acuerdo, porque creo que nunca me voy a olvidar de los ojitos de ella cuando le dije que sus escritos, con esas enumeraciones aleatorias, con esos planteos supuestamente filosóficos, con esos laberintos que aparecían de la nada, con esos tigres que los metía con cualquier excusa, le debían bastante a Borges. Y ahí, los ojitos de ella, atrás de los anteojos redondos culo de botella, se llenaron de lágrimas. Hasta puchero, hizo. Y me dio cosa, haberle dicho eso. Traté de abrazarla, pero ella se zafó y me miró hecha una furia: y vos le afanás a Cortázar, me dijo. Por supuesto, era tan cierto como que ella homenajeaba a Borges. Por supuesto, se lo negué. Y ahí ella me dijo que mi cuento de la familia varada en un barco después de haber ganado un supuesto concurso era choreo de Los Premios, que el cuento del tipo que miraba una película y era asesinado por el villano de la pantalla lo había sacado de Continuidad de los parques, y así empezó a enumerarme todo mi corpus literario. Para qué. Por cada plagio que ella me marcaba, yo le retrucaba con uno de Borges en sus escritos para el taller. Por cada acusación, elevábamos el tono. A la final, nos fuimos al taller cada uno por su cuenta, nos vimos recién ahí, y recién cuando terminó la clase volvimos a hablarnos. A mí me había dado cosa, verla así. La invité a tomar algo, y se me ocurrió llevarla a Crónico, donde le había dado el primer beso. Ella estaba medio reacia, medio que quería cortar todo, la había herido en el orgullo, pero al mismo tiempo te dabas cuenta de que se moría por aflojar. Y ahí se me ocurrió: a vos te gusta Borges y a mí Cortázar, y nos dimos el primer beso acá, en este bar que está frente a la Plaza Cortázar, sobre la calle Borges. En una de esas, le expliqué, lo que teníamos era que achicar nuestras diferencias, maximizar los puntos en común. Si en ese punto geográfico se ubicaban nuestros amores literarios, podían coincidir nuestros amores contrariados. Y ése fue el arreglo: vernos siempre en Palermo, barrio al que denominamos de nuestro amor. Un sábado a la tarde, ponele, nos íbamos a ver a los que vendían artesanías en la calle. Un domingo, paseábamos por el Rosedal. Un lunes, íbamos a comer a algún restaurante de Palermo Soho, por lo general Navegando. Comprábamos los libros en Eterna cadencia. Y la cosa, descubrimos, funcionaba. Si no nos alejábamos demasiado del único punto de la Capital en el que confluyen Borges y Cortázar, la cosa funcionaba. La relación se recompuso, volvimos a llevarnos bárbaro, volvimos a creernos que cada uno era el amor de la vida del otro. Íbamos al hipódromo, al shopping, a las tanguerías. El problema empezó, me parece, por culpa de las inmobiliarias. ¿No viste que ahora todo es Palermo? Que Palermo Soho, que Palermo Hollywood… Llaman Palermo a la parte de Almagro que está entre Corrientes y Córdoba, Villa Crespo también es Palermo… Nosotros nos movíamos por el barrio que nos brindaba seguridad literaria, pero cuando empezaron a ampliarle los límites los efectos fueron bajando. Una vez discutimos en Malabia y Gorriti, que para las inmobiliarias era Palermo No Sé Qué y que para nosotros, para nuestro amor, resultó una estafa. Cuando nos avivamos decidimos mantenernos en los límites del Palermo clásico, porque si es por las inmobiliarias va a llegar el día en que toda Capital va a ser Palermo Algo. El problema es como en todas las relaciones: en un momento empieza la repetición, el acostumbramiento, la rutina. Ver a los artesanos o a los diseñadores de ropa fashion ya no era tan divertido, yo tenía ganas de ir para un telo que tuviera onda, como los de Panamericana, pero no podíamos salir del barrio sin discutir… Encima ella vivía en Belgrano, y cuando llovía el arroyo Maldonado desbordaba y no nos podíamos ver. No sé, era como que de repente el amor nos demandaba un esfuerzo, y cuando te pasa eso, que siempre te pasa, es que la cosa no va más. No sé quién fue el primero en plantearlo, sí que fue cuando terminó el año de taller literario. Nos sentamos en un banquito de la plaza Cortázar, y yo le dije con Cortázar y Borges nada más no llegamos a ningún lado. A ella se le llenaron los ojos de lágrimas, pero asintió. A nuestra relación le faltan los barrios de Arlt, de Castillo, de Bioy Casares, le dije. Era como que nos quedaba más de media biblioteca afuera, lo que se dice una relación incompleta. Una relación linda, sí, fenomenal, como leer Borges y Cortázar, pero si leés eso sólo no te alcanza. Y Palermo es bárbaro, pero en algún momento los límites te ahogan. Cortamos en buenos términos: ella me dijo que nunca hablaría de mí como Alejandro, ni como Ale, sino como Aleph, y yo le dije que para mí ella sería siempre mi cuota de magia, mi Maga. Nos abrazamos ahí, yo me sentí en París, ella en un punto al que acudían todos los puntos, y luego nos separamos. Ella se fue para Belgrano, yo volví a San Telmo. Y no volvimos a vernos. A veces pasa.

lunes, 15 de octubre de 2007

In fraganti

En noviembre, en todas las librerías.


In fraganti es el segundo libro de cuentos de esta serie de antologías que reúne a los escritores más destacados de las letras locales. Con estilos, ritmos y voces siempre diversos, los narradores asumieron el desafío de ficcionalizar algunos de los casos policiales que sorprendieron a la opinión pública: el robo de las manos de Perón, el odontólogo Barreda, el violador serial de Córdoba, la masacre en la escuela de Carmen de Patagones, la doctora Giubileo, los boqueteros, el Petiso Orejudo, el oriental pirómano, las narcovalijas, la muerte de Lourdes Di Natale, entre otros. Será tarea del lector descubrir qué casos inspiró cada uno de los exquisitos, a veces oscuros, a veces brillantes, universos ficcionales que crearon los autores. Hay una nueva generación de escritores. In fraganti lo demuestra.

martes, 9 de octubre de 2007

La caída (nouvelle inédita, fragmentos, 5)

por Alejandro Parisi

(viene de acá)


A mitad de camino, Fabián le pide que detenga el auto a un costado de la ruta. El perro duerme profundamente. La noche es fría y húmeda. Sobre el campo se extiende una bruma blanquecina. Fabián baja del auto y abre una puerta trasera para que el perro baje y los deje tranquilos durante un rato.

¿Llegamos?, pregunta Daisy.

No, pero necesitaba hacer una escala técnica, dice él volviendo a ocupar su lugar junto a ella.

Entonces Daisy enciende la radio y comienza a quitarse la ropa sin que él necesite agregar nada.