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Autores y temas en danza

jueves, 18 de octubre de 2007

Palermo y los límites del amor

por Diego Grillo Trubba

A veces pasa. Conocés a alguien, creés que va a ser el amor de tu vida, y después aparecen los problemas. Los problemas son así, loco: aparecen. Tarde o temprano, pero aparecen. Y el amor es así: al principio te creés que da para todo, y después no. Ponele Lucía, lo que me pasó con Lucía. Cuando nos conocimos parecía que éramos el uno para el otro, estábamos reflasheados, pero después… Pero antes del después estuvo cómo nos conocimos: en un taller literario, en Palermo. Los dos recién empezábamos a escribir, nos creíamos Gardel y Lepera, y el profesor nos trataba de bajar los humos. A ella le gustaba, lo que yo leía. Tenías que verle los ojos, cuando yo leía. Porque yo la miraba de refilón: leía lo que había llevado a clase, unos cuentos que hoy me dan vergüenza, por lo que le afanaba a Cortázar, con ese tono lúgubre, con ese manejo de lo tenebroso, y la adivinaba embobada, y después cuando llegaba la hora de los comentarios se la pasaba elogiándome. Y ojo: yo con ella era igual. Qué digo igual: más embobado, estaba. Aunque, si tengo que serte sincero, no sé si me gustaba tanto lo que escribía, sino cómo lo leía, como se le reflejaban las hojas blancas en sus anteojos redondos, culo de botella, que le quedaban divinos. Era miope, casi ciega te diría. Y cómo pronunciaba las palabras: parecía que estaba arriba de una tarima, que se elevaba en el aire, cuando leía. Me acuerdo que una vez uno de esos giles que nunca faltan le empezó a criticar el cuento, que ni me acuerdo de qué trataba. Yo la defendí, más vale, empecé por defender el cuento, después empecé a criticarlo a él por los comentarios mala leche que hacía, y al final la elogié a ella como escritora, como que rescataba todos sus cuentos. No sé, en una de esas se me fue la mano, porque en un momento el profesor me mira con ojos compinches y me sonríe, como para que afloje. Aflojé, claro. Pero esa clase, mientras salíamos y caminábamos por Honduras rumbo a la Juan B. Justo, nos separamos del resto. Me dijo gracias, y una cosa llevó a la otra. Caminamos hasta la placita Cortázar, entramos en Crónico a tomar algo, a la media hora ya nos habíamos besado y terminamos en un telo de Paraguay y Oro. Y te decía: al principio estábamos embobados, todo lo que decía el otro nos parecía genial, cada palabra era una verdad revelada, cada sonrisa nos derretía, qué se yo… Encima, teníamos bastante buen sexo. No te digo el mejor que tuve en mi vida, pero seguro que lo ubico en mi top five. Nos encontrábamos antes de ir al taller, cuando los dos ya habíamos salido de nuestros laburos, pasábamos por un telo y después nos mirábamos con complicidad. Para mí que el profesor se dio cuenta, aunque no decía nada. Pero tenías que ver cómo me miraba ella cuando yo opinaba de sus escritos… Te juro: parecía un mundo perfecto. Es más: creo que este mundo, parece perfecto al principio. Cualquier mundo, parece perfecto al principio. Después le ves las marcas, los errores. Ni me acuerdo, por qué fue que discutimos la primera vez. Sí me acuerdo que fue en Plaza Francia. En un momento estábamos meta franela en el pasto, en otro momento estábamos meta quejarnos. Y cuando hay una primera discusión es porque después hay otras. Y cuando hay otras empiezan a aparecer nuevos argumentos. Y en algún punto se te va la mano, decís algo que nunca deberías haber pronunciado. Eso sí, que me lo acuerdo, porque creo que nunca me voy a olvidar de los ojitos de ella cuando le dije que sus escritos, con esas enumeraciones aleatorias, con esos planteos supuestamente filosóficos, con esos laberintos que aparecían de la nada, con esos tigres que los metía con cualquier excusa, le debían bastante a Borges. Y ahí, los ojitos de ella, atrás de los anteojos redondos culo de botella, se llenaron de lágrimas. Hasta puchero, hizo. Y me dio cosa, haberle dicho eso. Traté de abrazarla, pero ella se zafó y me miró hecha una furia: y vos le afanás a Cortázar, me dijo. Por supuesto, era tan cierto como que ella homenajeaba a Borges. Por supuesto, se lo negué. Y ahí ella me dijo que mi cuento de la familia varada en un barco después de haber ganado un supuesto concurso era choreo de Los Premios, que el cuento del tipo que miraba una película y era asesinado por el villano de la pantalla lo había sacado de Continuidad de los parques, y así empezó a enumerarme todo mi corpus literario. Para qué. Por cada plagio que ella me marcaba, yo le retrucaba con uno de Borges en sus escritos para el taller. Por cada acusación, elevábamos el tono. A la final, nos fuimos al taller cada uno por su cuenta, nos vimos recién ahí, y recién cuando terminó la clase volvimos a hablarnos. A mí me había dado cosa, verla así. La invité a tomar algo, y se me ocurrió llevarla a Crónico, donde le había dado el primer beso. Ella estaba medio reacia, medio que quería cortar todo, la había herido en el orgullo, pero al mismo tiempo te dabas cuenta de que se moría por aflojar. Y ahí se me ocurrió: a vos te gusta Borges y a mí Cortázar, y nos dimos el primer beso acá, en este bar que está frente a la Plaza Cortázar, sobre la calle Borges. En una de esas, le expliqué, lo que teníamos era que achicar nuestras diferencias, maximizar los puntos en común. Si en ese punto geográfico se ubicaban nuestros amores literarios, podían coincidir nuestros amores contrariados. Y ése fue el arreglo: vernos siempre en Palermo, barrio al que denominamos de nuestro amor. Un sábado a la tarde, ponele, nos íbamos a ver a los que vendían artesanías en la calle. Un domingo, paseábamos por el Rosedal. Un lunes, íbamos a comer a algún restaurante de Palermo Soho, por lo general Navegando. Comprábamos los libros en Eterna cadencia. Y la cosa, descubrimos, funcionaba. Si no nos alejábamos demasiado del único punto de la Capital en el que confluyen Borges y Cortázar, la cosa funcionaba. La relación se recompuso, volvimos a llevarnos bárbaro, volvimos a creernos que cada uno era el amor de la vida del otro. Íbamos al hipódromo, al shopping, a las tanguerías. El problema empezó, me parece, por culpa de las inmobiliarias. ¿No viste que ahora todo es Palermo? Que Palermo Soho, que Palermo Hollywood… Llaman Palermo a la parte de Almagro que está entre Corrientes y Córdoba, Villa Crespo también es Palermo… Nosotros nos movíamos por el barrio que nos brindaba seguridad literaria, pero cuando empezaron a ampliarle los límites los efectos fueron bajando. Una vez discutimos en Malabia y Gorriti, que para las inmobiliarias era Palermo No Sé Qué y que para nosotros, para nuestro amor, resultó una estafa. Cuando nos avivamos decidimos mantenernos en los límites del Palermo clásico, porque si es por las inmobiliarias va a llegar el día en que toda Capital va a ser Palermo Algo. El problema es como en todas las relaciones: en un momento empieza la repetición, el acostumbramiento, la rutina. Ver a los artesanos o a los diseñadores de ropa fashion ya no era tan divertido, yo tenía ganas de ir para un telo que tuviera onda, como los de Panamericana, pero no podíamos salir del barrio sin discutir… Encima ella vivía en Belgrano, y cuando llovía el arroyo Maldonado desbordaba y no nos podíamos ver. No sé, era como que de repente el amor nos demandaba un esfuerzo, y cuando te pasa eso, que siempre te pasa, es que la cosa no va más. No sé quién fue el primero en plantearlo, sí que fue cuando terminó el año de taller literario. Nos sentamos en un banquito de la plaza Cortázar, y yo le dije con Cortázar y Borges nada más no llegamos a ningún lado. A ella se le llenaron los ojos de lágrimas, pero asintió. A nuestra relación le faltan los barrios de Arlt, de Castillo, de Bioy Casares, le dije. Era como que nos quedaba más de media biblioteca afuera, lo que se dice una relación incompleta. Una relación linda, sí, fenomenal, como leer Borges y Cortázar, pero si leés eso sólo no te alcanza. Y Palermo es bárbaro, pero en algún momento los límites te ahogan. Cortamos en buenos términos: ella me dijo que nunca hablaría de mí como Alejandro, ni como Ale, sino como Aleph, y yo le dije que para mí ella sería siempre mi cuota de magia, mi Maga. Nos abrazamos ahí, yo me sentí en París, ella en un punto al que acudían todos los puntos, y luego nos separamos. Ella se fue para Belgrano, yo volví a San Telmo. Y no volvimos a vernos. A veces pasa.

12 comentarios:

Anónimo dijo...

Me parece que si antes plageabas a borges, ahora hacés lo propio con Fontanarrosa.

Diego Grillo Trubba dijo...

¡Y eso que no cuelgo todo lo que estoy escribiendo!

Alicia R. dijo...

Son las cosas del querer...Además pronto la Capital va a ser Mataderos, la Boca y todos los "Palermos" :-)

León dijo...

gracias, gracias!!!! GRACIAS!!!!!
(soy marina logueada como mi hijo)
feliz comienzo de nuevo año de vida

Anónimo dijo...

Y no volvimos a vernos.
Y sí, a veces pasa.

VICA dijo...

Juro que antes de saber que los links se llamaban suspiros, suspiré y me reí. Que bueno.

Anónimo dijo...

Che... Esa Lucía que contestó, ¿será Lucía?

Anónimo dijo...

Ella ahora sale con Sábato.

Anónimo dijo...

Que lindo! Me encantó.

Anastasia dijo...

Diego te tenias que llamar...sos pura pasion nene... con todas tus sonias/novias/historias podrias ser feliz... pero la pasion te desborda...a veces me pasa... a veces lo sueño...

Anastasia
http://anastasiaonlain.blogspot.com/

Anónimo dijo...

¡Y eso que no cuelga todo lo que está escribiendo!

Gustavo Camacho dijo...

Uno mis risas a los que se rieron con este relato. Quizás sea un homenaje a Fontanarrosa, lo cierto es que algo genial sólo puede ser homenajeado con genialidad y eso esta manifiesto aqui.
Me sucede a menudo creer que el mundo es perfecto, una verdadera esfera, y resulta que es un esferoide.
Felcitaciones y gracias.
PD: Busco un taller literario para homenajear a Diego en su experiencia. ;)