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Autores y temas en danza

jueves, 16 de agosto de 2007

Apuntes acerca de mi viejo (1)


por Diego Grillo Trubba.



1. La pregunta es, otra vez, mi padre, cuánto hay de mi padre en mí, cuánto tengo de Grillo y cuánto de Trubba. Digo, en el diván, los ojos perdidos en una ventana enorme -el día es nublado, por algún motivo es mejor que esta clase de días sean nublados, pues si el cielo estuviese límpido parecería, se sentiría como, una burla meteorológica-:
-Ayer fui más Grillo que Trubba.
La analista, María Marta, pregunta a qué me refiero. Hago entonces un breve resumen, un año en pocos minutos, pocos segundos.
-El año pasado discutí con un compañero de laburo. Por una mina. Me cagó con una mina, y discutí. Hasta entonces fuimos amigos, y en la discusión le dije que no seguiríamos siéndolo. Que estoy anticoagulado y eso me impedía arreglar las cosas como correspondía, a las trompadas. Y a partir de entonces no le dirigí más la palabra. Para mí era como si estuviese muerto. Y el chabón, desde entonces, empezó a prepotearme cada vez que nos cruzábamos, me decía cagón, puto, por no querer agarrarme a trompadas. Cada quince días, máximo, me lo decía de alguna forma distinta. Se acercaba a mi escritorio, y me decía y, cagón, te vas a agarrar o no. Mi jefe me llamó porque le habían ido a contar, y le confirmé que era cierto, le pregunté qué iba a hacer. No hizo nada. La cuestión es que hace un año me venía bancando que el forro este me bardeara, sin poder reaccionar por miedo a que, si me golpeaba, tener una hemorragia interna.
-Diego.
-¿Sí?
-Dijiste "me venía bancando". ¿Qué pasó?
-Que ayer fui más Grillo que Trubba. Reaccioné y le llené la jeta de dedos. No me pude controlar.

2. De mi abuelo heredé, sin dudas, el humor. De mi padre heredé, dice mi vieja, el mal carácter. Mi vieja, que también tiene mal carácter.

3. De mi viejo heredé, también, los códigos de barrio, los códigos con los amigos. Era un tipo de barrio. Medio facho. Contradictorio, también, desde el punto de vista ideológico.

4. Solía llevarme, los días en que tocaba vernos -creo que era los martes-, al bar La Andaluza, en La Paternal. Ahí él jugaba al billar con sus amigos, y yo a veces los miraba y a veces me sentaba a mirar las figuritas o leer las revistas que me hubiese comprado. Había códigos internos, en el bar. Por ejemplo, se cagaban a puteadas cuando jugaban en pareja y alguno la pifiaba con la bola -por lo general, jugaban al billar variante casin o, también, al bola libre-, de hecho a veces se despedían furibundos por los errores del otro, pero la siguiente ocasión en que se veían era como si no hubiese pasado nada. En esos códigos, también, estaban las mujeres. Hoy lo analizo, y me resulta hasta tierno, el machismo cobarde que esgrimían. Por ejemplo, siempre en tono de broma -siempre a los gritos, esas bromas-, consideraban que había dos estados civiles: soltero o cornudo. Yo era chico, no tenía la más remota idea acerca de qué era la infidelidad, y a mí viejo le creía casi todo. Por ejemplo, hasta los once años supuse que el gallego detrás de la barra, al que papá siempre me mandaba a saludar y me daba las instrucciones de cómo saludarlo, se llamaba Cornelio. Cada ocasión en que yo le decía, de acuerdo a las instrucciones de mi padre, qué hacés, Cornelio, sentía a mis espaldas las carcajadas de todo el bar. Yo suponía que se reían por Cornelio Saavedra.

5. Hubo sólo otra ocasión, en la que me agarré a trompadas. Tenía dieciocho años. Dormía, en la cama marinera, la de arriba -mi hermano en la de abajo-. Me despertaron gritos. El marido de mi vieja, Alejandro, había regresado borracho de un festejo de fin de año al que mamá no había querido ir. Su matrimonio no venía bien, en realidad nunca había estado bien. Escuché, desde la cama, un golpe seco y el grito de mi vieja. Me levanté en calzoncillos, fui hasta el dormitorio. Sin pensarlo, empujé a Alejandro contra la pared y me arrodillé ante mi madre para ver cómo estaba. Estoy bien, me dijo. Cuando giré, Alejandro se abalanzaba sobre mí. No pensé. Tomé su cuello con la mano izquierda y lo llevé hasta la pared. Quince años, hacía que lo soportaba. Con la derecha transformada en un puño que llevaba la fuerza contenida quince años, comencé a golpearlo en la boca. En un momento, su boca sangraba. No me detuve. Seguí. No podía controlarlo. Varios minutos más tarde, mis dos hermanos y mi vieja conseguían separarme de Alejandro, que no había llegado a tocarme. Mamá me dijo que fuera a lo de mis abuelos, que tenía miedo por cómo iba a reaccionar Alejandro. Fui. Mi abuelo, revueltos los pocos pelos que le quedaban, en calzoncillos, preguntó qué había pasado. Le conté. Me quedé en su casa unos veinte días. A los veinte días, llamó mi viejo. Me dijo que sabía lo que había sucedido, y me dijo que estaba orgulloso de que yo hubiese defendido a mi madre.
Fue la única ocasión, en toda mi vida, en que mi viejo me dijo que estaba orgulloso de mí.

6. Mi viejo murió dos semanas antes del día en que fui más Grillo que Trubba, en el trabajo, en la oficina.

7. -¿Cómo te sentiste después de la pelea? -pregunta mi analista.
-No sé, ya te digo, reaccioné sin pensarlo, me sacó, después de todo este tiempo.
-Eso ya me lo dijiste. Lo que te pregunto es cómo te sentiste después.
-No sé. Bien, supongo. Aliviado.
Hago un segundo de silencio. El ventanal resulta difuso. Mis palabras salen entrecortadas.
-Siento que mi viejo hubiese estado orgulloso.

10 comentarios:

may dijo...

me gustó cómo lo escribiste... pregunta.. esto no debería ir al diario?

Divan dijo...

Clap clap clap. Me encantó. Ahora entiendo que este nuevo blog tratará del amor pero en el aaaaamplio sentido de la palabra.

Saludos,

giselisima dijo...

emmm....que loco x lo que pueden sentirse orgullosos nuestro viejos.
salut.

Anónimo dijo...

A veces debe ser así el amor, cosas de uno que quedan en otro.
Preciosa la escena del chico y el abuelo...historias entre varones.
Que bueno que escribas, al menos acá, porque hay un blog celeste que si pasás por ahí el viento polar te despeina de deshabitado y silencioso que está.

Anónimo dijo...

Me encantó. Tierno. Me encantás vos.

Saludos,

Guille.

Anónimo dijo...

Me gustó mucho, felicitaciones. Hay algo en el tono -no en las palabras- que le da mucha potencia, me hace acordar a Coetzee. No pretendo analizarlo, no sabría hacerlo, te comento sólo mi impresión. Esperamos más!

Anónimo dijo...

Bello como vos.
M

Diego Grillo Trubba dijo...

May,

ya ni sé qué va al diario y qué en el resto...


Diván,

en el más amplio, and beyond.


Giselisima,

tal cual.


Anónima,

ya son tantos blogs que no sé cuál actualizar.


Guillermina,

yo te desilusionaría.


Fedet,

a la merde con la comparación.


M,

juro que te desilusionaría.

Anónimo dijo...

Ah bueno, dónde está la autoestima m'hijo?????
Ves, eso te pasa por no saber elegir bien, todas esas sonias yeguas e histéricas han carcomido tu amor propio... Qué horror.

Animo, que la vida siempre da revancha, y no creo que desilusiones a nadie.

Guille.

lenguaviperina dijo...

contundente.
lo incluiría en tu novela blogger.