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Autores y temas en danza

martes, 11 de septiembre de 2007

Cada ochenta y nueve años

por Elemental

para Satán, gran comentarista

No, Octavio hoy no viene, qué va a venir. ¿No te enteraste de lo que le pasó? Terrible, loco, terrible. ¿Ves? Ahí tenés un ejemplo clarito de que la gente no sabe lo que pasa, cuando pasa algo. ¿Viste que el nueve de julio nevó? Claro, cómo no lo vas a ver, si la gente se llamaba por teléfono, te despertaban de la siesta en pleno feriado, parecía que era carnaval y en lugar de pomos había copitos. Bueno, mientras los padres sacaban a los pendejos a los patios para que armasen muñecos de nieve así se sentían en una película, Octavio salió de la casa y se puso a bailar en la mitad de la calle. Todo el mundo estaba recontento, imaginate, ochenta y nueve años sin nevar, era una especie de milagro. Y tan contentos estaban que no se avivaron de que Octavio, mientras bailaba con los brazos exendidos, decía se me dio, se me dio. A la media hora, ponele, se metió de nuevo en la casa y se mandó para el dormitorio. Amanda dormía, y él se acostó y la abrazó desde atrás. Cucharita, le hizo, y le empezó a besar la oreja. Y ahí empezó mi amor, mi amor, hasta que la despertó. Ella lo miró medio dormida, se avivó enseguida de que él quería guerra, sonrió por la sorpresa, le preguntó qué pasaba que estaba tan contento, y ahí el Octavio, que vos viste la boca que tiene, parece una palangana, y con esa boca sonrió hasta que le cubrió toda la jeta y dijo nieva. Ella lo miró, no entendía. Nieva, mi amor, insistió él. Ella se pensó que era una joda, se levantó y miró por la ventana y descubrió que era verdad. Entonces giró, vio que Octavio la esperaba totalmente en pelotas en la cama, totalmente al palo, y se acordó. Ni en pedo, dijo. Vos me lo prometiste, mi amor, le dijo él. Parece ser que ella se lo había prometido. Vos viste, Amanda siempre fue una mina gauchita, si de pendeja la llamaban Pájaro Loco por la onda que le ponía a hacerle petes a los novios, con tanto ritmo en la cabeza que parecía un pájaro carpintero. No era mojigata ni nada, Amanda ya desde pendeja había sido rápida para los mandados, cuando pintaba era palo y a la bolsa. Pero parece ser que Amanda siempre tuvo cagazo de entregar el rosquete. Decí que Octavio siempre la quiso, cuando empezó a salir con ella era como un sueño cumplido, así que no dijo nada. Pero la verdad, y de esto vos te acordás porque él siempre preguntaba en los puticlubs si tal trola entregaba el orto, para Octavio el ojete era un tema importante. La verdad, para mí también. Las minas medio chifletis, medio feministas, te dicen que vos querés hacerles el culo para sentir que la dominás más, o que tenés fantasías homosexuales, cuando nada que ver. Uno quiere hacerle el culo a una mina porque es más apretado, loco, porque es como, bueno, no sé como qué, pero es apretadísimo, sentís todos los anillitos alrededor de la verga y está bueno. Ok, uno sabe que a las minas medio que al principio les duele, entonces no insiste mucho, pero las ganas siempre están. Incluso para Octavio, que estaba metido hasta las bolas con Amanda, que ya te digo, era gauchita, en la cama se llevaban bárbaro, pero cuando él le decía algo del marrón ella lo sacaba carpiendo. Tanto insistió él que un día ella le dijo bueno, está bien, pero si decís tanto que no duele primero te lo hago yo. Ahí Octavio le dijo que ni loco, más vale, que te acaricien un poco el culo mientras te la chupan está bien, pero todos sabemos que más de una falange es de puto, así que Octavio le dijo que no. Y como ella se reía él se puso serio y le dijo que, para él, hacerle el culo era algo importante, que se lo pedía al menos una vez, que probasen y si a ella no le gustaba iba a parar. Amanda no aflojó. Ya te digo: le tenía cagazo. Hay gente que le tiene miedo a las alturas, otra a quedarse encerrada, otra al agua. Bueno, Amanda tenía pánico de entregar el orto. ¿Y sabés lo que le dijo, cuando él le confesó que era muy importante que lo hicieran por popa? Cuando nieve en Buenos Aires, te lo entrego, le dijo. Y después se olvidó, claro, porque lo había dicho como diciendo nunca, pero Octavio se acordaba, más vale que se acordaba, y la esperaba ahí, en la cama, totalmente al palo, creyendo que se le cumplía el sueño. Vos estás loco, dijo ella. Ahí él se puso hecho una furia, le dijo que el matrimonio se basa en la verdad, que ella se lo había prometido y él se la había bancado, pero que ahora ocurría el milagro, y señaló la ventana en la que se pegaban los copitos contra el vidrio. No le dejó alternativa, a Amanda. Ella lo único que pudo hacer fue preguntarle si tenía gel o algo, porque según ella era indispensable, o eso le habían dicho sus amigas. Imaginate: nunca lo habían hecho, por lo que Octavio el único gel que tenía era el del pelo. Ahí él le dijo que con manteca o margarina se podía hacer, que Marlon Brando lo usaba en Último tango en París. Ninguno de los dos había visto la película, pero todos sabemos que ahí el gordo Brando pela la manteca y le da duro y parejo. Pero Amanda le dijo que era antihigiénico, con manteca, que no, que podía infectarse, que gel antiséptico o ni en pedo. Octavio se mandó para la cocina, revolvió la alacena, le preguntó si con aceite podían, pero nada. Ni de girasol, ni de maíz, ni siquiera el de oliva que guardaban para cuando iban las visitas. Tenía que ser con gel, porque, le dijo Amanda, quiero asegurarme de que no me va a doler tanto. Dijo tanto, ¿entendés? Ella sentía que iba al muere, pobre. Y Octavio, que la quería pero se moría de ganas de hacerle el upite, aceptó la nueva regla de juego. Tres horas, caminó por la calle bajo la nevada. No encontraba ninguna farmacia abierta. Imaginate: era feriado, estaba todo cerrado. Se tuvo que tomar un remís, convencer al remisero de que podía manejar sobre la nieve, y se fue para la Capital. Desde Ramos a la Capital explicándole al tipo que esa nieve para él era vida, que se le estaba por dar. Ahí el remisero, que se enterneció con el entusiasmo de Octavio, empezó a explicarle que si quería hacerle el culo a su mujer lo mejor era abrir primero la compuerta. Que para eso están los dedos, le dijo, que si lo intentaba de una con la poronga podía arruinarlo todo. Que lo mejor, le dijo, era culeársela y puertearle el ojete con el meñique, en la mitad del asunto, mientras le daba por adelante como siempre, como quien no quiere la cosa. Cacharla del culo, darle duro y parejo y puertearla con el meñique. Eso, le dijo. Y le dijo que una cosa es hacer un culo y otra romperlo. Quien hace un culo le abre las puertas del paraíso al resto de la humanidad, dijo el remisero mientras manejaba, y el torpe que lo rompe nos condena al infierno a todos los que después caigamos con esa mina. Octavio había hecho unos culos, claro, si vos te acordás, pero la verdad que mucho no se acordaba y además lo había hecho con trolas, que en general tienen el agujero más abierto que el túnel subfluvial. Y otra cosa que le dijo el remisero fue que pidiese el gel que usan los putos. Ahí el Octavio mucho no entendió, tuvo cagazo de que el chango se le estuviese tirando un lance, y el remisero le explicó que ese gel lubricante estaba hecho especialmente para culos, que por eso los maracas lo usan, porque es una maravilla. Eso, le dijo, que era una maravilla. Imaginate la cara del Octavio cuando en el Farmacity pidió gel para putos. Porque eso, dijo, pobre: me da gel para putos. Encima lo pidió en la parte de remedios, y la farmacéutica, una piba divina, me dijo, lo mandó a una de las góndolas, y lo miró como quien piensa qué desperdicio, porque vos viste que, casado y todo, el Octavio tiene arrastre. Bueno, con el anillo puesto, la verdad, según él, tiene más arrastre. Pero, vos vieras, nunca le metió los cuernos a Amanda. Es el amor, loco, es el amor el que cambia a las personas. Y el amor te puede tapar los deseos más fuertes, pero es eso: te los tapa, y tarde o temprano cae nieve sobre Buenos Aires y quedan a la vista. Por eso la Amanda hasta se enterneció, cuando lo vio a Octavio que volvía recagado de frío y con la bolsita de Farmacity llena de gel. Se mandaron directo para el dormitorio. Primero lo hicieron como siempre, muchos besos, en la boca y en todo el cuerpo, un poco de pájaro de carpintero de ella mientras él cerraba los ojos, un poco de mineta de él, que según me dijeron varias minas es el maestro de las minetas, porque mientras la chupa con una lengua que parece tener vibraciones de escala Richter les mete el dedo, les ubica el punto como si fuera sexólogo y no encargado del depósito de Wall Mart, y cada tanto succiona. Imaginate la onda que le habrá puesto esa tarde, cómo se habrá esmerado para que Amanda no se arrepintiese. Dicen los vecinos que los gritos de ella se escuchaban en todo el barrio, porque es así, de esas minas a las que les gusta gritar todo lo que les gusta, de las que dan indicaciones, órdenes te diría, y te dicen más fuerte, o dale nene dale, o ahí sí ahí, todo con esa voz finita que, en un momento como ese, te vuela la cabeza, por más que tengas la cabeza entre las piernas de ella. Y después Octavio cachó los pies de ella y se los cargó al hombro, apoyó la punta de la chota entre los labios de ella, la miró a los ojos, le dijo te quiero –porque Octavio es un romántico, no hay nada que hacerle- y se la puso. Primero un bombeo lento, como para reconocer el terreno, mientras giraba la cabeza y la pasaba la punta de esa lengua que parece una víbora, le pasaba la lengua, te decía, por los pies de ella, le succionaba el dedo gordo y ella chocha de la vida, y más chocha cuando Octavio le empezó a poner ritmo, ahí ella empezó con el más fuerte, dale nene dale, ahí si ahí. Y, tal como le había dicho el remisero, Octavio la cachó bien fuerte de las cachas del culo y siguió dándole, y, como quien no quiere la cosa, le empezó a puertear el ojete con el meñique. Amanda abrió los ojos, se avivó que la cosa venía en serio, pero no dijo nada. Cuando él ya había metido dos falanges y empezó el metesaca mientras no paraba de darle matraca, ella le dijo te amo. Eso, le dijo: te amo. Y después le dijo: dale nomás. El dedo, que estaba embadurnado de gel, entró entero, y Octavio se avivó de que el culo de Amanda empezaba a abrirse. Entonces metió otro dedo, llevó los dos hasta el fondo, los hizo circular como para demarcar territorio, y cuando sacó los dedos también sacó la chota, y Amanda cerró los ojos y se mordió los labios, y Octavio apoyó la cabeza contra el ojete, dijo te amo mi vida, y la puso. ¿Y sabés que entró fácil? Él sintió que la pija entraba, que los anillos lo abrazaban, que ella medio que gemía pero se la bancaba bastante. Así hasta el fondo. Se quedó quieto, ella todavía de frente pero doblada para arriba que parecía una acróbata, y después de unos segundos Octavio empezó a moverse. El paraíso, loco, el paraíso. Qué te digo el paraíso, la conquista de la eternidad, el placer más grande al que los dioses pueden aspirar. Así, se sentía Octavio. Y como no es ningún egoísta, mientras metía y sacaba la acariciaba a ella, le metía los dedos y le ubicaba el punto y le seguía chupando los pies. Ahí empezaron a gritar los dos, y los vecinos casi llaman a la policía. Pero el paraíso es un lugar en el que no te podés quedar demasiado, y se terminó cuando acabaron los dos, porque hasta eso, se les dio, lo que casi nunca: acabaron los dos al mismo tiempo. Se quedaron tirados en la cama, se dijeron te amo quichicientas veces, y miraron la ventana, la nevada que seguía cayendo. El problema surgió cuando ella dijo que quería ir al baño. Octavio quiso sacar la pija, pero no podía. Amanda primero se pensó que era joda, pero después se avivó de que la cosa venía en serio, que habían quedado abotonados como perros de plaza. Ocho horas, estuvieron así, esperando a que a él se le bajara del todo, pero nada. Cuando ella presionaba con el ojete para empujarlo hacia fuera, Octavio gritaba que le dolía. Estaban así, enganchados. No podían ni moverse. Apenas si él pudo sacarse los pies de ella del hombro, girar los cuerpos y quedar en una cucharita forzada. Ocho horas, tal como te lo digo. Ocho horas en las que pensaron cómo iban a hacer de ahí en más, si eso era para siempre. Ocho horas en las que Octavio estaba cagado en las patas de llamar a un médico y que les dijeran que había que pelar el bisturí y amputar. Ocho horas en las que Amanda puteaba al techo por haber cedido a los reclamos de su marido. Ocho horas para superar la vergüenza y llamar al único médico de confianza que tenían: Sergio, el hermano de Amanda, que imaginate la cara que puso cuando entró a la casa con su llave y los encontró así en el dormitorio. No sé, en una de esas le pusimos demasiado entusiasmo, le dijo Octavio al cuñado. Te juro que es la primera y última vez que hago algo así, le dijo Amanda al hermano. Los llevaron a la guardia en ambulancia, mientras los trasladaban en dos camillas los enfermeros se cagaban de risa, los vieron todos los vecinos que armaban sus muñecos de nieve, y en el hospital le metieron a él una pichicata para que se le bajara la pija y a ella un relajante muscular. Cuatro horas después, estaban liberados. Volvieron a la casa en ambulancia: ella no se podía sentar, él se acariciaba el coso que no paraba de dolerle, que le duele hasta el día de hoy, que casi no puede caminar y por eso hoy no va a venir a jugar con nosotros. Porque hubo un milagro, se cumplió un sueño, pero eso sí: a Amanda ya no podés hablarle ni de las roscas de Homero Simpson, y a Octavio no podés mencionarle ni la nevada de El Eternauta.

5 comentarios:

Alicia R. dijo...

Oia, y yo que me pasé el día de la nevada sacando fotos y jugando con mi hija menor...;-)

Anónimo dijo...

Hay que avisarle a Octavio que se tiene que bañar con agua fría.

Anónimo dijo...

muy bueno!

Ø dijo...

Jjajajajajaj.

Muy bueno en serio.

Anónimo dijo...

jajajaj!!!!!!

excelente.....muy buen texto...
me hizo recordar los textos del negro fontanarrosa....

de verdad....muy bueno
Aldos