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Autores y temas en danza

miércoles, 12 de septiembre de 2007

La caída (nouvelle inédita, fragmentos, 1)

por Alejandro Parisi

La F100 se detiene frente a la barrera que bloquea el camino. Un hombre vestido con un piloto verde se acerca a la camioneta, protegiéndose de la lluvia con un paraguas negro.

Hola, vengo a la casa de la señora Singer, dice Fabián.

El hombre retira una carpeta de debajo de su piloto y demora algunos minutos consultando los nombres de los propietarios de las casas. Después, alza la vista y dice:

¿Está seguro de que ése es el apellido?

Daniela Singer, aclara Fabián, contrariado.

El hombre vuelve a consultar la carpeta.

No.

Fabián duda un momento, hasta que al fin dice:

¿Daniela Goldman?

Ahora sí, dice el hombre. Espere un minuto que le aviso que llegó. ¿Su nombre?

Fabián.

¿Fabián qué?

Fabián Singer.

Cuando el hombre regresa a la casilla, Fabián se queda en silencio, negando algo con la cabeza. El de seguridad regresa unos minutos más tarde.

Parece que la señora Goldman no lo esperaba.

Sí, ya sé. No pude avisarle que venía.

Hay un problema: la señora no quiere dejarlo pasar.

¿Cómo? ¿Me está jodiendo?

En ese momento suena una bocina. Al otro lado de la barrera, un todo terreno color negro enciende y apaga las luces para que la F100 se aparte del camino y le permita salir del country. El hombre del piloto le hace una seña al conductor, y luego se dirige a Fabián:

Buenas tardes. Ahora, si por favor puede despejar la salida…

Fabián quisiera sacar el revólver que tiene en la cintura, sólo para verle la cara desfigurada por el miedo.

Yo no me pienso ir. ¿Sabe quién pagó la casa de la señora Goldman?

No sé. Sólo le digo lo que me dijo ella. Si no me autoriza no puedo dejarlo pasar, dice el hombre. Y sin mirarlo, agrega: Por favor, libere el paso...

El conductor del todo terreno vuelve a tocar bocina. Fabián pone marcha atrás y se aparta de la entrada. La barrera se eleva y el otro vehículo se aleja por el camino de grava. Entonces Fabián se seca el sudor de las manos sobre los pantalones, baja de la camioneta y se dirige a la casilla.

¿Tiene teléfono acá?, le dice al hombre que le prohibió la entrada.

Sí, ¿qué quiere?, dice el hombre, incorporándose, mirando de soslayo a los otros dos hombres que están sentados junto a él.

Perdóneme. ¿Me permite hablar con la señora Goldman?

Los tres hombres se cruzan miradas. Al fin, uno parece reconocerlo.

Usted es el marido, ¿no? Antes no tenía barba.

Sí. Cómo le va, dice Fabián, estrechándole la mano como si fuera un amigo al que no ve hace tiempo. Mire, dígaselo a su compañero, que no me conoce. Debe haber un malentendido. Mi mujer suele hacer estas escenitas.

Espere, dice el hombre que le prohibió la entrada, marcando un número en el teléfono. Después, mirándolo a Fabián, habla con su ex mujer:

Disculpe, pero el señor Singer sigue acá. Sí, ya se lo dije… No, no. A ver, espere.

El hombre cubre el micrófono del teléfono, y luego se dirige a Fabián en voz baja:

Quiere hablar con usted.

Claro, claro, dice Fabián tomando el auricular del teléfono. Se aclara la voz y dice:

Daniela, tengo que ver a las nenas. No, sí, sí, diez minutos. Después me voy, quedate tranquila. Sí. Lo que vos digas.

Los tres hombres fingen estar ocupados, pero lo miran de reojo; uno de ellos, el que no habló, parece estar conteniendo la risa. Al fin, Fabián le entrega el teléfono al primero de ellos con cierto aire de triunfo. El hombre escucha a Daniela durante unos segundos y luego cuelga.

Puede pasar, dice.

“Hija de remilputa”, piensa Fabián al salir de la casilla.

Hija de remilputa, dice y abre la puerta de la F100.

Desde la casilla, uno de los hombres activa el mecanismo de la barrera, que se eleva para permitirles el paso.

(…)

1 comentario:

giselisima dijo...

Al fin un Singer famoso