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Autores y temas en danza

miércoles, 29 de agosto de 2007

Apuntes acerca de mi viejo (3)

por Diego Grillo Trubba


1. La cuestión es, otra vez, mi viejo. El miedo que me despertaba. ¿Qué hacía él para que yo le temiese?

2. Mi vieja, tres años después del divorcio, volvió a casarse. Mujer de elecciones de mierda, mamá. El segundo marido, peor que el primero. Pero no quiero hablar, acá, ahora, de Alejandro Farji. Ya llegará el momento. El punto es que ella temía que, por el hecho de haber vuelto a casarse, papá solicitara mi tenencia. El punto es que ella, creo, padecía el hecho de que, como Alejandro me hacía la vida imposible, papá reaccionase e intentara protegerme. No sé si mi vieja le temía a mi padre, a lo que papá pudiese hacer conmigo, o a Alejandro, a lo que Alejandro hacía conmigo. Quizás a ambos. Quizás a ella misma. Lo cierto es que, a veces, se le escapaba, delante mío, que papá quizás deseara arrebatarme de sus brazos, solicitar la tenencia. Y a mí me daba miedo, claro. Miedo por algo que mi padre jamás reclamó. Creo que porque no le interesaba.

3. Con el paso de los años, empecé a mandarme cagadas. Bueno, lo que mi vieja consideraba cagadas. Alguna nota baja, alguna pequeña desobediencia. Cuando sucedía algo así, mamá, creo, buscaba una imagen de autoridad, una imagen, quizás, autoritaria -lo cual resultaría lógico, lo social se inmiscuye en la práctica de nuestros cuerpos, y por aquel entonces imperaba la última dictadura militar-. Mamá decía, entonces:
-Le voy a contar a tu padre.
Lo que se disparaba en mi interior era la imagen de papá quitándole la tenencia a mamá.
Mamá, quien es el día de hoy que dice que yo siempre fui el más obediente de sus hijos. Y creo que desconoce el motivo de esa obediencia, del pánico que empujaba a esa obediencia.

4. Papá volvió a casarse, poco después de que naciera Nicolás, el primer hijo que tuvieron mamá y Alejandro. Papá tuvo una hija, Sabrina, poco después de que naciera María, la segunda hija que tuvieron mamá y Alejandro. Papá decidió bautizarla. Tanto él como mamá eran ateos, o por lo menos católicos no muy devotos, pero tanto él como mamá decidieron bautizar a sus hijos. Papá decidió hacer una fiesta de bautizo, a la que fui invitado. Para esa fiesta, me compró ropa supuestamente elegante, como cuando visten a los chicos para que aparenten ser adultos, para que aparenten desear ser adultos, para que aparenten lo que serán, quizás parecidos a sus padres. Pantalón de vestir, zapatos buenos, camisa elegante. Mi madre, cuando vio lo que había comprado papá, dijo:
-Tené cuidado, que es ropa muy cara.
Por aquel entonces, al vivir con Alejandro -probablemente, la persona más tacaña que conocí en mi vida-, resultaba imposible saber qué era caro y qué barato. Todo era caro, según Alejandro, en especial la Coca-Cola -es el día de hoy que siempre almuerzo y ceno con Coca-Cola, quizás para burlarme, para tomarme revancha-. Pero quien había dicho que era caro era mamá. Y le creí.
Luego del bautizo, durante la fiesta, me hice amigo de hijos de matrimonios amigos de mi padre. Ellos debían tener ocho años, como yo. Salimos a la calle -barrio de la Florida, tránsito inexistente- y jugamos. Corrimos. Yo resbalé. Sentí un dolor punzante en la rodilla. Miré la pierna derecha. Lo que me asustó no fue la sangre, sino el pantalón -el pantalón caro, el pantalón caro que me había comprado papá- totalmente desgarrado.
No dije nada. Me escondí en los arbustos de un jardín vecino. Estuve así largo rato -hora, quizás- hasta que los otros chicos fueron a avisar que yo estaba loco, o algo así, aunque no sé si los chicos pueden estar locos.
Salió mi tía, Carmen, la hermana de papá. Se agachó junto al arbusto, me preguntó qué me pasaba. Yo me puse a llorar en silencio. Le pedí que no le avisara a mi padre. Ella asintió, pero fue a avisarle.
Papá salió de la fiesta, yo seguía en el arbusto. Me preguntó qué me pasaba.
-Perdoname -dije.
-¿Pero qué pasa?
-Perdoname.
-¿Me podés decir qué pasa, Diego?
-Fue sin querer.
Y le mostré el pantalón roto.
-¿Te lastimaste? -preguntó.
-Fue sin querer -aún recuerdo en los músculos la forma en que mi cuerpo temblaba.
Aún recuerdo en mi piel que papá me abrazó.

5. Nos vimos a los quince días. Papá me dijo que tenía que hablar conmigo. Fuimos a un bar. Papá, los ojos perdidos en su café con leche mientras mojaba una medialuna de manteca, me dijo que mi tía Carmen lo había cagado a pedos. Lo había cagado a pedos por el miedo que yo le tenía a él, le preguntó si alguna vez me había pegado.
-Yo nunca te levanté la mano, Diego -papá me miró a los ojos.
Me mantuve en silencio. La tenencia, la puta tenencia.
-¿Vos me tenés miedo? -preguntó.
Yo bajé la vista.
-No -dije.

6. Las anécdotas acerca de papá. Que siempre se agarraba a trompadas. Que era muy calentón. Que cuando se enojaba era irracional.

7. Una vez, ya más grande -doce, trece años-, había ido a visitarlo a la casa. Salí a jugar con los vecinos, le tirábamos piedras a un nido de avispas. Por suerte, le pifiábamos siempre. Cuando regresé, sobre la mesa del comedor había decenas de billetes rotos. Papá los alisaba, ensimismado, con un rollo de cinta scotch a mano. En la cocina, su mujer, Vilma, nos daba la espalda en silencio. Me senté a la mesa, señalé los billetes y pregunté qué había pasado.
-Nada -dijo papá.
Y continuó pegando los billetes que había roto, imaginé, minutos atrás.

8. Luego de que se pegó el tiro y lo destinaron a un psiquiátrico, fui a visitarlo. Mamá me acompañó, o yo a ella, no sé. Papá era una sombra de sí mismo. Cuando le hablaban, repetía todo lo que le decían.
-Se llama ecolalia -me dijo mamá, que es psicoanalista y se supone que sabe de esas cosas-. Repite las palabras en forma automática para reconocerlas, para entenderlas. Pero entiende todo. ¿No es cierto que entendés, Alfredo?
-Shi -dijo él.
-¿Te sirven buena comida, acá?
-Shi.
Mamá me miró, satisfecha: papá, pese a haber quedado como un retrasado mental, entendía. Yo comprendí otra cosa. Señalé el cielo. No había una sola nube.
-Lindo día, ¿no, papá?
-Shi.
-Parece que va a llover, ¿no, papá?
-Shi, shover, shi.
-¿La comida acá es rica?
-Shi, rica.
-¿La comida acá es fea?
-Shi.
Mamá me miró horrorizada. Papá no entendía las preguntas, tan sólo respondía que sí a todo. Estaba peor de lo que habíamos imaginado.
-¿Cómo te diste cuenta? -me preguntó cuando salimos.
-Simple -le dije-. Vi el terror en sus ojos, cuando le preguntaban algo.

7 comentarios:

Divan dijo...

Excelente la manera en que expresas los sentimientos. Se nota que cada detalle que relatas y describis, es un volver a vivirlo.

Simplemente genial.

Cassandra Cross dijo...

1. La cuestión es, otra vez, mi viejo. El miedo que me despertaba. ¿Qué hacía él para que yo le temiese?

y

6. Las anécdotas acerca de papá. Que siempre se agarraba a trompadas. Que era muy calentón. Que cuando se enojaba era irracional.

No hubo divorcio, nunca. Por lo demás, podría tranquilamente ser mi padre.

giselisima dijo...

uh estoy llorando, mi vieja me decia algo parecido de la tenencia.Pero ella sabia que mi viejo era re pancho yJAMAS LA iba a pedir.Pero bueno, son recursos que a veces usan las madres..equivocadas.

Anónimo dijo...

Qué bueno, che

Alicia R. dijo...

Me parece que lo autobiográfico es tu fuerte.Muy bueno.

Anónimo dijo...

Elemental, felicitaciones. Excelente lo tuyo.

Anónimo dijo...

Me hiciste llorar. Y estoy en el laburo. Sos un hijo de puta.


Me encantó.