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Autores y temas en danza

jueves, 30 de agosto de 2007

Te quiero como friend


Por Simón



LA CITA

Pese a no conocernos las caras, confiamos en nuestros amigos en común y decidimos asumir que la intriga y las ganas de conocer a alguien, eran razones más poderosas que la depresión por tener que recurrir a una cita a ciegas. Combinamos en que yo pasaría a buscarla por su casa y de ese modo evitábamos los desencuentros de ocasión, las confusiones con otras personas, los distintivos y las descripciones del tipo: “tengo pelo negro y mido uno ochenta”.
La primera impresión me resultó interesante, y también lo fue la conversación acompañada por dos tragos (por cráneo) que mantuvimos en un bar durante el lapso de una hora. Por eso no me llamó tanto la atención que después de que yo le sugiriera ir a escuchar jazz a otro bar, ir a cenar (pues no habíamos comido nada) e ir a fumar un porro a la costanera, ella me sugiriera que lo fumáramos en su casa. Después de que acepté, y mientras calentaba el motor del auto, ella me miró fijamente durante tantos segundos y de tal forma que mi única salida fue escapar hacia delante y besarla para evitar la incomodidad del silencio.

LA CASA

No parecía dedicarse demasiado a su hogar, tampoco es que no le prestara atención; simplemente era todo tan minimalista que daba la sensación de que el departamento estaba siendo exhibido para la venta por una inmobiliaria. Me contó que “su amiga con quien vivía” recién se había mudado de allí. El tema es que su amiga había dejado como legado era una pintura que no pudo trasladar a su nueva casa. Se trataba de un lienzo de un metro y medio cada lado, y aunque no estaba terminada, tenía la imagen en tamaño superfamiliar de la cara de un niño, supongo que lindo que tenía una mirada apagada, por no decir sin muchas luces. De hecho, aunque esto no estaba pintado, daba la impresión de que se le chorreaban los mocos. El retrato del niño estaba justo frente al sofá en el que nos habíamos sentado, y al ocupar la mitad del living, se me figuraba como una especie de Gran Hermano Menor cuya presencia no podía evitar.
Me dijo que le gustaba cualquier música, que por eso no tenía compacts, y que eligiera alguno de los diez discos que había olvidado su amiga. Puse uno de Bjork: ni muy abajo ni muy arriba ni muy interesante ni del todo aburrido. Inmediatamente me prendí el porro y lo fumamos mientras apretamos nuestros cuerpos ante la mirada inquisidora del pequeñuelo mocoso. El porro no llevaba cinco minutos de extinguido cuando caminamos perdiendo ropa hasta el dormitorio.

EL SEXO

Fue bueno para una primera cita: hubo por momentos cierta conexión, hubo cierto permiso para experimentar pero sin perder la iniciativa ni las ganas. Sin embargo hubo una diferencia notoria en que, mientras a mí la marihuana me había relajado, ella parecía ir sumando ansiedad y temperatura, hasta que de pronto le puso velocidad a la marcha y, como siempre pasa, cuanto más rápido se va, más temprano se llega. Todo concluyó bien, podría decirse por encima de las expectativas de ambos, teniendo en cuenta que nos conocíamos hacía algo más de una hora y media.

LA CAMA


Ella fuma, yo también lo hago, por lo que me ofrecí a buscar mis cigarrillos, perdidos en el pantalón por algún lugar del living. Me puse un calzoncillo (N. del R.: tengo la política de permanecer desnudo la mayor cantidad de tiempo posible, pero el límite lo marca cuando la dama necesita ponerse algo de ropa para sentirse más cómoda. Al decir verdad, yo también estoy más cómodo si oculto al león dormido), fui hasta el living y volví con un atado y un encendedor. Me acosté junto a ella, le di un beso, le ofrecí un cigarrillo, puse otro cigarrillo en mis labios, encendí los dos, me volví a incorporar para traer un cenicero, me volví a acostar, le di otro beso, esta vez en la frente porque ella pitaba el cigarrillo, y me quedé mirando el techo durante unos veinte minutos.

LA HIPOACUSIA

Su silencio duró al menos dos cigarrillos. Intenté hablarle de algo, conocerla: el clima, el trabajo, sus estudios, sus orígenes, su familia, su casa, su amiga, su mudanza, su auto, sus mascotas, sus libros discos películas favoritas, sus tetas, sus amantes, en ese orden. Ella no decía mucho. Más bien no decía nada. Sólo miraba con un rostro tan inexpresivo que me despertó algunos interrogantes. A saber: ¿le habrá gustado el sexo?, ¿estará arrepentida de haberme traído hasta acá?, ¿estará de novia y sentirá culpa?, ¿estaré hecho un pelotudo alegre?, ¿el porro la enmudeció?, ¿le comieron la lengua los ratones?, ¿no tiene nada para decir? y, al fin, opté por debo estar hecho un pelotudo.
Lo cierto es que no dijo nada durante 30 minutos. Tiempo prudencial para dar por entendido que prefería estar sola. Y como yo también prefería estar solo solo y no solo acompañado, le dije “bueno, me voy a ir yendo...” (N. del R.: a propósito de esta frase, resulta interesante la poca determinación en la acción de irse que brinda esta expresión de seis palabras que incluye tres derivados del verbo “ir”)

-- CONTINUARÁ --

7 comentarios:

Anónimo dijo...

el después es... a veces ni siquiera es. depende.

Divan dijo...

Muy bueno ... como sigue?

Alicia R. dijo...

¿Y? Ahora me dejaste con la intriga ;-)

giselisima dijo...

y qué paso entonces?

Anónimo dijo...

que continue

gracias

la doctora yvonne dijo...

no sé si me gusta tener sexo en la primera cita. tampoco me gustan esos silencios raros del post-coito, me parece que le dan inseguridad al otro. Esa situación la viví, y no tengo buenos recuerdos. Bueno, que siga el relato pues...

Anónimo dijo...

Flojito, de onda... intenta provocar, pero en al menos a mi no me alcanza.