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Autores y temas en danza

domingo, 26 de agosto de 2007

Romero y Julieta (2)


por Elemental



(viene de acá)


...Igual, educar es difícil. Yo no había tenido hijos, y nunca nadie me había explicado cómo es eso de poner límites. Mi viejo la tenía clara: se sacaba el cinto y me daba duro y parejo. Y yo no jodía más. Y salí bueno, eh, por más que por ahí estén diciendo pavadas. Pero bueno, con Julieta era distinto. Yo le decía no, y ella me miraba con la cabecita inclinada para el costado, las orejas le apuntaban una para arriba y la otra se le caía sobre la jeta. Yo primero le señalaba el charco del
piso, después le decía no,tal como me había explicado el veterinario, y ella me miraba con esa cara de nada, y te juro, a mí no me quedaba otra que suspirar. Y, cuando yo suspiraba, Julieta movía la cola y lanzaba uno de esos ladridos divinos, bien agudos. Pero así como era inteligente, pícara te diría, era de lo más cagona. Cuando la llevaba al veterinario y Sanguinetti la subía a la camilla, a Julieta le temblaban las cuatro patitas. Las cuatro, ¿podés creer? Yo, para que se calmara un poco, pobrecita, la abrazaba por el cogote mientras el veterinario me preguntaba cuándo había sido la última antirrábica, si los criadores le habían dado la parvovirus. Yo la abrazaba, y a ella le temblaban las patitas, y, te lo juro por Dios, me empezaba a dar besitos en la mano. Bueno, no besitos, lametoncitos, con la lengua finita, húmeda. Y a mí llevarla a la veterinaria me partía el alma, qué querés que te diga. Porque como te digo: aunque cagona, Julieta era inteligentísima. Dos cuadras antes de llegar, cuando se avivaba de que rumbeábamos para la veterinaria, se empezaba a empacar, se sentaba en la calle y tenía que arrastrarla. En el resto de las salidas no, ahí iba lo más campante. Bueno, justo te quería contar de una de esas salidas. Nosotros estábamos parados en la esquina –bueno, yo parado y ella sentada, porque ya le había enseñado el sit y Julieta era muy obediente-. Estaba repleto de gente. Había un desfile, no me acuerdo si de militares o de canas. Se había juntado mucha gente con pibes, los tenían en los hombros y los changuitos aplaudían. Y yo quería llevar a Julieta a la plaza, pero hasta que terminase el desfile no nos dejaban cruzar la calle. Así que tuve que bancarme primero los músicos, que tocaban esas marchitas militares todas iguales, y cuando los músicos se alejaron escucho, desde abajo, un gemido. La miro, y era Julieta que gemía y me miraba asustada. No sabés los ojos que tenía, pobrecita, parecía que se había enfrentado, no sé, a un fantasma ponele. Y después, al toque, empezó a aullar. Yo me asusté, imaginate: Julieta, que era tan linda, tan inteligente, aullaba como un lobo. ¿Y si es cruza?, me acuerdo que me pregunté. Igual no me lo pude preguntar mucho, porque ella estaba meta aullar, un sonido larguísimo, no sabía cómo hacía para acumular tanto aire en los pulmones… Los chicos, que habían dejado de aplaudir, la miraban y se ponían a llorar. Los padres me miraban con cara de culo, como si Julieta y yo les estuviésemos arruinando la fiesta. Y algo de razón tenían, qué querés que te diga. Pero yo quería llevarla a la plaza, ya se lo había prometido, no podía volverme al departamento. Y Julieta, meta aullar. Y, en la pausa entre uno y otro aullido, me miraba con los ojitos negros llenos de pánico. Me agaché, le acaricié el cogotito, le pregunté qué le pasaba, pero ella nada. Y ahí, abajo, rodeados de los padres que tenían a los pendejos en los hombros, me avivé. Era un ruido seco, pero firme. Miré, y vi el casco de los caballos de la montada. Les había tocado el turno en el desfile. Entonces miré a Julieta, a la que le temblaban las patitas, y me acordé del otro caballo, de la otra Julieta. Era demasiada casualidad, ¿entendés? Miré al cielo, como si el Tata Dios me pudiese escuchar, y dije no puede ser. Pero por más que lo dijera, me quedaba la duda. Cuando volvimos a casa, Julieta estaba como si nada, pero yo me acordaba bien de lo que había pasado. Y no podía quedarme con una duda semejante, ¿entendés? Le pregunté a mi hermano la dirección del criadero donde me la había comprado, y me mandé. Lo primero que me dijo el vendedor –un gordo que vivía de eso, de cruzar los perros que tenía en unas jaulas pulguientas para después venderlos-, lo primero que me dijo, te decía, fue que le habían dado la parvovirus. Pero cuando le dije que yo no necesitaba averiguar eso, que lo que necesitaba averiguar era la fecha exacta de nacimiento, el tipo se quedó duro y me dijo que ya le había advertido a mi hermano que Julieta no era pura, que no tenía papeles, que no tenía certificado de nacimiento. Yo le aclaré que no necesitaba saber si Julieta tenía pedigrí, sino la fecha y hora exacta de nacimiento. Él no terminada de entender, pero como le insistí fue para la oficina a buscar un cuaderno en el que, dijo, anotaba todo. Volvió con un papelito, que todavía lo tengo, acá, en la billetera. ¿Ves? ¿Leés? Ya te dije que no salgas sin los anteojos… Bueno, 12 de febrero del 2005 a la medianoche, dice el papelito. Y eso no es todo, porque fijate esto otro, que también lo llevo siempre encima. ¿Ves? Es la partida de defunción de mi mujer. ¿Ves? ¿Leés? 12 de febrero del 2005, 23:15 horas. ¿Te das cuenta? ¿Qué me contás?...

(continuará)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Lindo relato hasta acá y ahora viene el gustito de la espera hasta que continúe

giselisima dijo...

uh....me da miedito