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Autores y temas en danza

jueves, 13 de septiembre de 2007

La caída (nouvelle inédita, fragmentos, y 2)

por Alejandro Parisi

(viene de acá)

Antes de que baje de la camioneta, se abre la puerta de la casa y Daniela sale a recibirlo cubriéndose con un paraguas rojo.

Fabián mira hacia uno y otro lado, como si temiera enfrentarse con esa mujer que grita:

¿Después de dos años te acordás que tenés hijas?

Quiero verlas, dice Fabián al bajarse.

Sos un hijo de puta, dice Daniela. Vinieron a buscarte dos tipos, me hicieron preguntas como si yo supiera dónde mierda estabas…

¿Puedo entrar?

Daniela suspira, como si no pudiera contener la rabia, y luego:

Diez minutos. Después te vas.

A pesar de todo, Fabián se acerca para besarle una mejilla. Ella acepta el saludo.

La puerta da a un living inmenso, decorado con buen gusto, con muebles oscuros, paredes mostaza y unos sillones negros de cuero. De pie allí, Fabián se lleva una mano al rostro; se acomoda el flequillo, se rasca la barba y desprende uno de los botones de su camisa. Tiene calor, y recuerda que Daniela sólo puede soportar el invierno con la calefacción al máximo.

Cruzada de brazos, ella lo examina con minuciosidad.

Estás gordo. ¿Y esa barba?, pregunta.

¿Las nenas?

Arriba. ¿Sabés lo que me costó hacer que dejaran de preguntar por vos? Y ahora venís acá y te plantás como… como… ¿Qué hiciste? ¿Por qué te están buscando?

Daniela no puede ni quiere esconder su nerviosismo, su indignación. Se acerca a la mesa, toma un paquete de cigarrillos y enciende uno. Suelta el humo con violencia. Sorprendido, Fabián le pregunta:

¿Desde cuándo fumás?

¿Qué te importa?

El tabaco hace mal.

Hay tantas cosas que hacen mal... Vos, por ejemplo, dice ella. Luego, se asoma a la escalera y grita: Loli, SofiBajen.

Se escuchan pasos, provenientes del primer piso. Luego, Loli baja los escalones de dos en dos.

Cuidado, te vas a caer, dice Daniela.

Pero la niña no la escucha y continúa corriendo para echarse a los brazos de su padre. Fabián la besa, le acaricia el cabello, le tira de las dos colitas atadas con cintas blancas y la abraza con fuerza. Al levantar la vista, detrás de Loli descubre a una versión adolescente de Daniela mirándolo con el mismo gesto de furia de su madre. “¿Puede haber crecido tanto en dos años?”, piensa Fabián con un nudo en la garganta.

¿Sofi? Sofía…, dice Fabián.

¿Viste qué cambios?, dice Daniela alejándose hacia la cocina.

Sofía mantiene la distancia, y hasta parece estar enojada con su hermana pequeña porque no deja de abrazar a su padre. Fabián esperaba encontrarse con otra niña, no con un germen de mujer. Si hasta puede ver que, entre el cuello y los hombros, le asoman los tirantes de un corpiño. Al fin se acerca y la abraza. Ella lo deja hacer sin demostrar ninguna emoción; sólo rechazo.

Sofi…

Hola, dice Sofía, temblando entre los brazos de su padre.

Daniela regresa al living trayendo una bandeja con tazas de café. La apoya sobre la mesa y se vuelve para controlar que todo vaya bien entre Fabián y las nenas. En ese momento, Sofía se aleja de Fabián para ir junto a su madre, que le pasa un brazo sobre los hombros y le besa el cabello.

Loli, en cambio, corre otra vez para abrazar a Fabián. Él se inclina hacia ella, le dice algo al oído y la niña asiente moviendo la cabeza y las colitas de su cabello. Sofía cruza el living y enciende la televisión; en la rapidez de sus movimientos Fabián puede notar toda su incomodidad, su tristeza.

Loli, quedate con Sofi un momento, dice Daniela, y a continuación le hace una seña a Fabián. Los dos se dirigen a la cocina con una taza de café en la mano.

Sobre la mesada de mármol hay una torta de chocolate, a la que sólo le falta una porción. Todo está ordenado: los platos en el secador, un florero con margaritas sobre la mesa, las botellas de vino en la pequeña bodega que hay sobre la heladera y una fuente repleta de mandarinas, naranjas y pomelos.

Daniela se apoya contra la mesada, enciende otro cigarrillo y se alisa los pliegues de una camisa rayada que le remarca los pechos. Tiene el cabello lacio y castaño suelto sobre los hombros, y la piel tan rosada y tensa como cuando él la conoció, hace ya más de quince años. Negros, sus pantalones marcan una silueta más estilizada que lo que él recordaba.

¿Qué mirás?, dice ella soltando el humo.

Nada, se te ve bien.

No empieces.

No empiezo, te digo la verdad: estás linda, radiante.

Vos estás hecho mierda. Decime, ¿quién te dijo que la barba te queda bien?

Nadie. ¿Cómo están las nenas?

Preguntáselo a ellas.

Sofía no me habla, me mira como…

Como si no te viera desde hace dos años. ¿Qué querías? ¿Qué te abrazara y te agradeciera la visita? Fabián, seguís siendo tan egoísta como siempre.

Fabián respira hondo, bebe un sorbo de su café y se acoda en la mesada. El olor a torta recién horneada le recuerda otras épocas: Sofía jugando con sus muñecas, Loli gateando entre las patas de la silla... De pronto, se vuelve para mirar la cocina: todo impecable, todo reluciente, todo envuelto por un aire familiar que ya no le pertenece.

¿Me decís en qué andás?

La cagué, dice Fabián con una sinceridad que hasta a él mismo lo sorprende. Me metí en un negocio que salió mal. Me están buscando...

¿Y por qué todavía no te encontraron?

Gracias a Carmona.

¿Te está cuidando ese chanta? ¿Qué hiciste?

Tuve mala suerte.

¿Mala suerte? Si estás solo como un perro, si tus hijas te miran como a un extraño y te buscan los acreedores quizá no sea sólo por mala suerte, ¿no? Cuando algo te sale mal es mala suerte; pero cuando ganás es porque sos el genio de los negocios.

Por favor, no me ataques…

¿Que no te ataque? Me dejás, desaparecés dos años de la vida de tus hijas y ahora venís y me decís que no te ataque… ¿Quién te creés que sos?

Yo pienso en ellas. Les compré esta casa, te paso guita todos los meses…

Metete la guita en el culo. Tus hijas te quieren ver a vos. Y además empecé a trabajar, así que dentro de poco ya no vamos a necesitar tu guita.

¿Vos? ¿Trabajar?

Sí, y me va bien.

¿Y de qué trabajás?

Puse una inmobiliaria. Mi viejo me pasó varios clientes.

Tu viejo… ¿Cómo anda?

Acostado, con un respirador artificial. Tuvo un derrame.

No sabía…

¿Y cómo vas a saber, si hace dos años que no sos capaz de levantar el teléfono? Decime, ¿qué vas a hacer?

Mañana me voy del país.

¿Te vas? ¿A dónde?

Paraguay.

Daniela suelta una carcajada descalificadora.

Paraguay… Quién te ha visto y quién te ve, ¿no? Paraguay…

Es por un tiempo. Cuando esté más tranquilo las llamo, dice buscando en sus bolsillos el dinero. Después, con un gesto furtivo, lleno de vergüenza, se queda con un billete y le extiende el resto a su ex mujer, diciendo: Tomá, guardate esta guita.

¿Para qué? No la quiero. No la necesitamos.

En diciembre Sofía cumple quince años, ¿no? Por lo menos que tenga una fiesta decente.

¿Ves que no tenés ni idea? No quiere fiesta; quiere un viaje…, dice ella guardando el dinero en un cajón de la alacena.

Que haga lo que quiera. No sé cuando voy a volver, no sé cuando voy a poder verlas… Perdoname. Perdoname por todo lo que les hice.

No hace falta la escenita del arrepentido. Yo te conozco: no cambiás más. Andá, por lo menos quedate un rato con Loli, que todavía es chiquita y no se da cuenta de nada. Sofía está enojada…

Es igual a vos. Está hermosa, dice Fabián y se queda en silencio, pensando con una nostalgia que de pronto le quita el habla. Al fin, vuelve a meter una mano en el bolsillo y retira un juego de llaves: Tomá, son las llaves de mi casa.

¿Necesitás un agente inmobiliario?

No, no hace falta. Está a nombre de las nenas. Alquilala, vendela, hacé lo que quieras... La escritura está en el sótano; hay una caja fuerte detrás de una de las bodegas.

¿La clave?

Primero el día y mes del nacimiento de Sofi, después el de Loli.

Qué tierno… Me vas a hacer llorar, dice Daniela, burlándose.

Cuando regresan al living, Sofi y Loli están jugando a las cartas.

Me voy, dice Fabián con las últimas fuerzas que le quedan.

En la puerta de la casa, se despide de Sofía y de Loli, que ya no puede contener las lágrimas. Abrazada a las piernas de su padre, se resiste a dejarlo partir. Fabián la abraza, la besa, la acaricia. Pero no logra que deje de llorar. Daniela la alza en brazos, y Loli esconde la cara en el cuello de su madre.

Te avisé que se iba a poner así, le dice Daniela a Fabián.

Al fin, besa el cuello de Loli y le dice: Te quiero. Las quiero, y vuelve a besar a aquellas tres mujeres que lo despiden sumidas en un silencio atroz.

Cuando la camioneta se aleja, Fabián se asoma por la ventana, como si tratara de guardar esa imagen para el resto de sus días: la casa color mostaza, los árboles sacudidos por el viento y la lluvia, sus hijas a salvo en los brazos de su madre.

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