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Autores y temas en danza

miércoles, 5 de septiembre de 2007

Noa

por Marina K

Pocos días después de separarnos me puse en campaña para conseguir un gato. Unos días de mirar carteles en veterinarias, mandar mail a los amigos y que llegaran otros mails en respuesta a mi pedido, hasta que en Semana Santa -porque había que aprovechar el conjunto de días libres para recibir al cachorro- llegó Noa, una gata de un mes y medio, negra de ojos verdes, que me esperaría todos los días ansiosa por refregar su lomo en mi pierna, que dormiría conmigo, que me necesitaría tanto como yo a ella: por cuidarla ya no podría pasar el día mirando la pared, el techo, la pared, alguna película sin prestar atención, otra vez la pared, el techo cuando me despertaba, la pared, la televisión.

Las separaciones, a veces, son desprolijas. Días más tarde, quise, quisimos, él quiso, cómo no, conocer a la gata. Entonces vino a casa, la agarró, la levantó como si fuera un bebé, la acarició, jugaron, cogimos, miramos una película y se quedó a dormir. Cuando él se fue, frente al espejo, con Noa en brazos, dije “prohibido encariñarse”.

Pero pronto, los encuentros extraordinarios se convirtieron en rutina, del dvd pasamos -volvimos- al cine, de la improvisación en casa –“se hizo tarde, ¿comemos?, ¿qué comemos?, tengo huevos y queso, hago unos omelettes”- a otra vez preparar la cena con la premeditación que implica hacer compras en el supermercado y calcular el tiempo exacto entre que salgo del trabajo, voy a la facultad, vuelvo, cocino, me arreglo y te espero, y si no alcanzo a hacer todo, hago las compras un día antes, o saco algo del freezer, dejo todo precocinado y le doy un golpe de horno entre que llego, me baño y él toca el timbre unos quince o veinte minutos después.

Unas semanas más tarde, la gata nos esperaba a los dos por igual. Mientras no nos atrevíamos a asumir que habíamos vuelto, yo, muy casual, le daba las llaves por segunda vez -es que vivo en un piso muy alto, me embola bajar- y él miraba a Noa, me miraba a mí y decía “ya la quiero”, o “ay Noa, te extrañé”, y yo la quería matar, porque conmigo se portaba pésimo, rompía todo, me resguñaba y con él era una gata delicada, mimosa y agradecida.

Las separaciones son desprolijas, aún cuando son definitivas. El temor y lo difícil de pasar sola un domingo -¿sola sola o sola sin él?, preguntan los devotos de hacer diagnósticos- provocan las reincidencias que igual desembocan en un nuevo, y un nuevo, y un nuevo final.

Esta vez, días después de la última separación, y como ya tenía un gato -Noa, querida Noa que destroza todo y no distingue lo comestible de lo mundano, fanática del jabón y ahora también de los cables-, como ya vivíamos juntas, dormíamos juntas, nos adorábamos y odiábamos con igual intensidad de acuerdo al estado de ánimo de cada una cada día, como todo ya estaba resuelto pero ahora no era yo sola de duelo sino las dos, decidí que no se trataba de nuevas mascotas sino, más simple, se trataba de estar con otro, con otros, de hacerme amigos nuevos, un amante, un novio no, pese a que mis amigas las de los diagnósticos nunca me creen que novio no, porque es verdad, casi nunca novio no, pero esta vez sí, un amigo, un amante, comprar preservativos otra vez, y que también se pueda desayunar o salir a comer, que me caiga bien y podamos conversar, eso es importante, pero un novio no, mejor un amigo.

La mala conducta de Noa ya es conocida por todos, y cada vez que hablo con mi familia preguntan, antes de cómo estoy, qué es lo último que ha roto, o cuál fue su último intento de suicidio, si intentar tirarse por la ventana, comer un cable, intoxicarse con trenet o atascar su cabeza en una pequeña sopapa de baño.

Cuando llevé a un amigo nuevo a casa, Noa no dedicó reverencias ni ataques. Él tampoco. Respeto distante me pareció bien. Sin embargo, cuando intentamos dormir fue imposible. Un día y otro día. Qué vergüenza recibir a alguien así, con un gato que salta sin parar de un lado a otro de la cama. “¿Por qué no la sacás?” Cómo explicarle que Noa ya había aprendido a saltar para hacer girar el picaporte de la puerta, que sus gritos desde afuera de la habitación son tan parecidos a los de un bebé, que si la encierro en la cocina es capaz de cagar y mear ahí sólo para molestarme. “No puedo, sabe abrir la puerta”, dije, y me supe exclava del felino. Un papelón, una gata insoportable es un verdadero papelón. El nuevo amigo dice que no me preocupe y finalmente se duerme. Yo no, pendiente del sueño del otro y de cuestiones como ¿habrá olor a gato y no me doy cuenta?, ¿le tendrá alergia a los pelos?, seguro que no quiere volver nunca más, que esta casa parece un desastre, pensaba yo mientras agarraba a la gata y la recostaba bajo mi brazo para que dejara de moverse, y también pensaba en mi ex y lo odiaba, lo odiaba por extrañarlo tanto, por las noches en paz en que Noa, feliz, nos dejaba dormir tranquilos, felices, después de mirar una película que ella también miraba recostada a nuestros pies, y porque seguro que ahora iba quedarme soltera para siempre, por su culpa y la de Noa, que ahora no sólo era una gata sino una evidencia más de que juntos ya no.

Por eso, segura del complot entre ambos, decidí comprar un canasto y la medida suficiente de cinta bebé como para hacer un moño al cuello de Noa, no para ahorcarla, no, sino para convertirla en regalo: hermosa gatita que voy a dejar en la casa de mi ex –todavía tengo sus llaves- para entonces sí, por fin, dormir tranquila con quien quiera, después de una separación que, como tantas otras, fue un poco desprolija.


5 comentarios:

Anónimo dijo...

Waw! Excelente relato. Además, me pasa parecido. Tengo una gata que adquirí, no después de una separación pero si en un momento de mucha soledad. Tambien duerme conmigo. También abre las puertas. Tambien llora como un bebe. Encima, no me animo a castrarla. No me siento quién. Siento que mi casa ya no es mi casa, sino de ella. Hubo tres hombres que la conocieron. Con ninguno se hizo querer. El actual al menos lo intenta. Lástima que yo no tengo un ex a quien dejársela en una canastita. Es siamesa, tiene 2 años y medio, y juro que la culpa es mía. No supe educarla. Si alguien se siente capaz, cree que está a tiempo, y promete cuidarla, es suya.

giselisima dijo...

CON LOS FELINOS ES ASI, ELLOS TE ADOPTAN A VOS, NO VOS A ELLOS.

Santiago Maisonnave dijo...

Yo tenía una gata: Ramona. Era divina, toda chiquita y simpática. Un día descubrimos que tenía huevitos, y ahora es Don Ramón. Por lo demás, hace casi las mismas cosas que contás en tu relato, pero encima viene a veces malherido después de alguna batalla en los tejados.
En cuanto a la castración, si no lo agarré yo mismo con una cucharita de postre es sólo porque mi novia, como Curiosa, dice que no soy quién...

Alicia R. dijo...

Nuestra perra me ladra y me "ataca" la pierna si nos besamos con mi marido. No le gusta que le toquen al macho alfa ;-)

marina k dijo...

gracias por los comentarios,
respecto de la castración, noa todavía es demasiado joven y no tuvo celo, pero cuando tenga, será castrada, sin dudas.......