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Autores y temas en danza

lunes, 17 de septiembre de 2007

Mi última cita (4)

por el Libanés

(viene de acá)

4 – Selenita la cambiante
La respuesta de Selene no se hizo esperar: al día siguiente, en mi casilla de mails, bajo el asunto “Bricolage”, había un nuevo mensaje (con ganchito). Sus mensajes eran todo lo que esperaba por aquellos días, o mejor dicho casi todo, también esperaba encontrarme con ella antes del recital, aunque ahora ya estaba atrapado: si me encontraba antes y las cosas no funcionaban, el recital iba a ser insoportable; por otro lado, si al verla por primera vez en la entrada de Niceto, Buenas Tetas resultaba ser mi amigo Jesús de la primaria con la nariz torcida de tanto meterse cosas malas, el recital iba a ser insoportable. Para que Aristimuño sonara bien, Selene tenía que ser realmente Buenas Tetas, encontrarme con ella uno o dos días antes, coger dos o tres veces, darle un beso de amor y varios más de los otros, invitarla a tomar un café o una cerveza, decirle “te amo” en mi casa, “qué buenas tetas” en el taxi camino a mi casa, “mordería tu cuello hasta que saliera purpurina” en un bar cualquiera, mesa de por medio.
Su mail aclaraba lo simpático que le había resultado mi último mensaje (“me cayó muy bien”) y redoblaba la apuesta: “Y…una última cosa. Después de tanto mail, tanta mirada en duplicado y tanto hacer lo que tengo ganas sin dar vueltas, apareció Selenita la cambiante. De repente me parece que falta mucho para el recital, ¿no? Quizás podemos hacer que surja eso de vernos antes.” Pero lo que más recuerdo de aquel mail fue su lamento por tener que resignar los corpiños verdes y las tangas a lunares que su amiga y ella habían pensado arrojar al escenario. A la noche imaginé esos corpiños, recostado en la cama, con la cortina de la habitación golpeándose por el viento. Selene al fin tenía un color: verde, a lunares; y la piel bronceada, y unas caderas jugosas, de esas que sirven para pasar los inviernos y disfrutar la llegada de la primavera. A esa altura lo que menos me importaba era el adjunto y su ganchito: una imagen escaneada de las tres entradas con los nombres de cada uno escritos a mano en tres etiquetas superpuestas. Sí, en ese momento, pensé en la canción “Té para tres” de Cerati, y en los tres chanchitos, y sólo un poco en la posibilidad de hacer, como dice un amigo de mi madre, un menjunje atroz.
Ese sábado me levanté a las ocho de la mañana. No podía dormir. A eso de las nueve, un mensaje de texto en mi celular informaba que cierto libro en que tengo una humilde participación ya estaba en todas las librerías del país. Un libro de chanchadas. En el baño, mientras me lavaba los dientes, hablé con el escritor en el espejo, ese tipo serio que debate acerca de onanismo con su analista y lee cosas serias como por ejemplo “El erotismo” de Bataille, y se nutre a cada segundo, a cada minuto de esta vida, con lo más puro y sagrado de la alta literatura, y le dije, “macho, tu cuento está en las librerías ¿vamos?” Silencio de baño seguido por el ruido del inodoro. Vamos. Y en efecto, en la vidriera de la librería, el libro chancho lucía su tapa verde, como el corpiño de Selene. Reflejada en el cristal, la imagen fantasmagórica del escritor me decía “llamala, puto, que ahora sos un escritor famoso”. Así que busqué su número en mi celular, conté hasta cinco, y apreté el verde botón de la esperanza.

(continuará)

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Bien por ese espejo, Libanés, así lo queremos oír (que no falte tanto para el pròximo capítulo)

marina dijo...

esta sorpresa se agradece

Divan dijo...

Y como sigue? Ya ya ..que seguir leyendo!

Anónimo dijo...

Y?????
que gente vaga che!( o ocupada, nunca se sabe)